domingo, 9 de febrero de 2014

Reflexiones sobre un final.

Y si esperabais una atronadora ovación, un gran crescendo, o tal vez el grandioso espectáculo que culminan los festivales de fuegos artificiales. Si tan solo esperabais el bullicio de las campanadas de fin de año, o la sinfonía de sabores que coronan una buena comida en el postre. Si esperabais el aplauso cuando se finaliza un concierto, o un partido... os equivocaríais.

Si acaso un grave creado por tecnología, que suena metálico y eléctrico... también os equivocaríais. Solo sobreviene el silencio obligado de alguien que esperó un detalle, un más nimio detalle, y cuya ausencia sólo confirma lo que siempre fue evidente. ¿Por qué he sido tan idiota? ¿Por qué esperé? ¿Por qué lo alargué?

La verdad subyace bajo ojos que miraban sin ver. Se acabaron los asentimientos, el preocuparse por alguien que sólo miraba hacia sí mismo. "Yo, mí, me"... y pisoteando lo que los demás pensaran, dijesen o sintiesen. Ahora sólo me queda la revelación de la verdad. Junto con las preguntas que esa verdad me provoca, y que ya necesitan tener respuesta.

Antes no la tuvieron, y en ese vacío legal, en esa ausencia de respuesta siempre (pues en eso sí me conozco) me refugié. Se podría decir que algunos sentimientos existen o se basan en la ausencia de respuestas. La fe, el amor, son preguntas que no encuentran respuesta en mi interior salvo los dogmas y axiomas que engloban algo tan sumamente sencillo y a la vez tan sumamente complicado.

Y sí, el ser humano es experto en explicar lo impensable haciendo complicado lo simple, como justificando las n-dimensiones del universo. Todo, todo en esta vida es un puzzle, cuya complejidad es completamente subjetiva. O muchos puzzles, que rompen cabezas y haces que te la rompas contra ella, pues al fin y al cabo todo sale de nuestras mentes retorcidas y muchas veces queremos ver una cosa cuando realmente no lo es.

Y no lo es. Y no es un chasco, al menos no lo veo como tal, y no me siento libre, con profusión de trompetas, ni tampoco esclavo. Ni siento tristeza ni satisfacción alguna, ni felicidad ni infelicidad. Lo que hace que mi garganta se contraiga, que mi corazón (o lo poco que queda de él, devastado, arruinado y despedazado envuelto en mi propio cofre de hielo) se encoja, es el hecho de que no siento nada.

El amor se acaba, y con él el cariño, la amistad, la confianza (mas no el respeto), y se van todos cogidos de la mano, y en silencio. Todo se agota, la paciencia también, y hasta la esperanza de que esa persona tuviese un mínimo detalle se va esfumando como el recuerdo de un perfume que pasa entre medio de una multitud.

Ahora tengo respuestas a preguntas que se me plantean. Fui un botón de emergencias, secundario, ignorable, por eso lo de ser inseparables; porque en cualquier momento en el que ella me solicitase ayuda, presionaría el botón rojo, y yo acudiría. Aparecieron otras personas con las que tuvo detalles que conmigo ni siquiera se planteó en su momento. Por no hablar de propuestas.

Por eso entonces todo logra sentido, cuando uno se acostumbra a no recibir nada, rechaza lo que viene hacia él (máxime cuando es un "evento" anual del tipo cumpleaños).

Por eso, y entonces ahora, y en silencio, me marcho de su vida, y de manera irrevocable. El agujero negro de mi interior necesita ser llenado. También hubo un límite hasta donde podía dar, y lo sobrepasé. Y ella lo tiró a la basura.

Se acabó.

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